miércoles, 2 de septiembre de 2009


LA PIEDRA



No me des la dureza compacta de la piedra,
dame su suavidad y su calma,
el color apacible de su cuerpo;
no golpees bruscamente con su canto
en la frente del rostro que te observa
hendiéndole una brecha amarga
de dolor y desprecio.
La piedra, a solas, es materia inerte,
pero entregada con dulzura en otras manos
es una flor
no perecedera.

SIERRA DE ALHAURÍN EL GRANDE



Donde el verdor se adhiere al eco y al silencio,
ante el arroyo seco, la piedra y la vereda,
te elevas protectora con tu dorsal oscuro
de unas casas que antaño la cal acicalara.

Sobre tu piel quedaron las huellas y las sombras
de vidas azarosas que del fusil huyeron,
la culebra del tiempo, el pedregal desnudo
y el matorral que el viento ante el pinar besara.

Por donde canta el pájaro oculto entre las ramas
hay senderos que surcan tu corazón de pino;
allí dentro guardados quedaron escondidos
la caricia furtiva y el romero en la piel.

Sobre tu falda duerme el pueblo que hace años
ató mi pensamiento a la calle Real,
y aún fluye en mis venas la pureza del aire
que en un tiempo pasado yo de ti recibiera.

Cerca de allí: mi cuna.
Del azahar provengo
y en mi pecho se extiende un huerto de naranjos,
el limonero alegre, un ramillete claro
de oloroso jazmín, y el frescor de las aguas
que en el verano intenso la boca deseara.

Tuya entera me siento y ante tu altar quisiera
descansar mis cenizas donde el azul del mar
a lo lejos divise de mi ciudad de ahora;
que el matorral y el pino cobijen mis recuerdos
y que en tu aire duerma la paz de mis raíces.

(Publicado en el nº 7 de la Colección
de Poesía Wallada. Málaga.2007)